domingo, 9 de noviembre de 2008

La geografía fluvial del Facundo - Inés de Mendonça

Río abajo, río abajo, río abajo:
a flor de agua voy sangrando esta canción.
En el sueño de la vida y el trabajo
se me vuelve camalote el corazón.

El jangadero, Jaime Dávalos

Nos sumergimos en la lectura del río. En el río que atesta algunos escritos de la literatura nacional. Encontramos un río y varios ríos. Un río que, en este recorrido puntual, empieza de algún modo con Sarmiento. Se reorganiza como origen en Sarmiento. Hacia atrás está La cautiva y el camino por un territorio ajeno. Los personajes que rebobinan el trayecto hacia la ciudad, a la que nunca llegan. En ese poema hay un riacho, que sirve de obstáculo para la peripecia y es una de las vallas a atravesar para seguir caminando la frontera pero no hay un río unificador, vadeando el territorio. Leemos con anteojeras el devenir del río, paramos en algunas orillas. Intentamos cruzar.

Podríamos surcar el río como fuente de comercio —en Sarmiento y Alberdi— y seguirlo, por senderos que se bifurcan, hasta el agua que se pudre en los márgenes de la ciudad. Los charcos de El matadero y las “venas que se hincharon como ríos que se salen de su cause” en el cuerpo-letra del unitario que erró el camino.

Hacia adelante en el tiempo, la ciudad, que había sido el sueño civilizador del romanticismo excéntrico argentino, fue girando de signo en la literatura —y en la historia— como un residuo degradado que fue perdiendo su color original, su consistencia, y adquirió olores y contornos corruptos. La ciudad envileció al río, oscureció aquel proyecto-designio que posibilitaba la navegabilidad propuesta desde el romanticismo liberal.

En la literatura argentina, en particular, la ciudad ocupa uno de los polos de la dicotomía civilización-barbarie que, desde las propuestas de la generación del ’37, configuraron una comprensión de la identidad nacional en consonancia con una dimensión simbólica del espacio. La ciudad de Buenos Aires, como centro receptor de los valores “civilizados y europeos”, pero también como irradiación de costumbres y cultura, linda con el río hacia el este y con la pampa hacia el oeste. En la tensión producida por la escritura literaria esta imagen espacial condensa las posibilidades que Sarmiento describía para comprender el dilema que “detenía” a la nación. El devenir temporal se corta en un espacio entendido como dificultad. En este mapa el pasado puede estar en el presente y los ríos decorar, casi sin movimiento, el territorio estático de la pampa.

El Río de la Plata es, en esa escritura, agua dulce citadina que se expande hacia el océano y comunica con él, y más allá, con otro mundo: el que trae en los buques los libros que se deben leer y las alianzas que deberían pactarse. Aunque Sarmiento le aclare a Alsina, en su carta-defensa, que “ha evocado sus recuerdos” para escribir Facundo; el río es, todavía, una experiencia no realizada. Es una entelequia política, un río formal, todo posibilidades, sede del comercio y creador de sociabilidad. En Campaña en el Ejército Grande, cuando Sarmiento navegue hacia Montevideo, o luego se acerque a Entre Ríos en busca de “su patria definitiva” otro será el río y otra la historia. Las dos ciudades del Plata tendrán en el agua su frontera decisiva, una cinta bifaz que permitirá escapes, intrigas y conspiración, como en Amalia. Tal vez en ningún texto como en Amalia se escenifique con tanta claridad una distancia geográfica como salto político. Lo que está cerca y lejos depende, para los personajes, de la posición frente al rosismo. Así, el río es el paso de escape hacia la comunidad de pares.

En los textos posteriores, acercarse al río, generalmente, es contar la experiencia del narrador o de un personaje. Las representaciones del río se cruzan con la práctica concreta de vivir en el río, observar el río, estar en el río: como si la fuerza natural tuviera menos que ver con las letras que con la corporalidad. Una suerte de corporalidad implícita en la naturaleza. El río escrito se específica con los años, es detalle, orilla y encuentro. Cuando ya no se espera nada del río (y cuando los trenes cumplen la función imaginada para el río) se escribe un río. No todos los ríos. Esta transformación es también la deriva que encausa el discurso literario a un recodo de los lenguajes, que distancia, en lo específico, porque se sabe ficcional.

1. Ríos para el desierto argentino

“De eso se trata: de ser o no ser salvaje.”

D. F. Sarmiento, Facundo. Civilización y barbarie

En la compleja argumentación escalonada que Sarmiento ofrece en su famoso panfleto antirosista, Facundo Quiroga es la figura más americana que la revolución presenta, el hombre que enlaza y eslabona todos los elementos del desorden; la sombra que puede aclarar el enigma nacional y el personaje que permite describir a Rosas sin tener que dedicarle una biografía al tirano. Pero, además, antes de ser el grande hombre que el escritor retrata —y este ordenamiento es causal— Facundo es un producto del desierto.

Ya lo sabemos: lo leímos muchas veces, y hasta se desprende del índice de la obra, Facundo es una manifestación de la vida argentina, tanto como las peculiaridades del terreno. Para poder entender las características del caudillo hay que indagar en los antecedentes del pueblo, y, más aún, antes de buscar en la historia: considerar el aspecto físico de la república.

El texto explica, entonces, las razones del “desastre” trazando el vínculo que hay entre el carácter particular del caudillo y la geografía. Se propone estudiar “en los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares” un espacio en el que “remolinean elementos tan contrarios” como para generar dos paisajes superpuestos, uno actual repudiado y uno futuro. Para comprender la compleja duplicidad simultanea será necesario, según Sarmiento, mirar el terreno como un “viajero científico” que clarifique los polos en tensión. La dirección es hacia Buenos Aires, buscar en la tierra los motivos de la creación más nefasta de la nación: Rosas y su “originalidad salvaje”.

Mientras Sarmiento quiere revelar a sus lectores lo que acontece en su contemporaneidad inmediata —la realidad argentina— con la imagen brumosa del desierto (la figura en la prosa sarmientina no es una línea perfecta en el horizonte sino una indefinida continuidad borrosa que crece); en su insistente repetición acerca de la navegabilidad deseada diseña el cuadro del paisaje industrioso que espera inspirar a sus lectores. Si en el desierto está el origen del caos, los ríos construyen en potencia un futuro añorado. Ya no son el teatro donde va a representarse la escena sino un escenario posible para la acción. Un tópico textual donde hacer explícito el propósito militante del texto.

En Facundo el río no es metáfora. Es imagen-potencia, utilidad. Cuando aparecen los ríos, la ambición literaria se opaca con la repetición del publicista. Cuando el narrador exhibe su fantasía fluvial no quiere hacer literatura, quiere hacer país y lo hace escribiendo literatura. Cuando Sarmiento se pone futurista, el río crece e inunda el desierto.

¿hemos de abandonar un suelo de los más privilegiados de la América a las devastaciones de la barbarie, mantener cien ríos navegables, abandonados a las aves acuáticas que están en quieta posesión de surcarlos ellas solas ab initio?

Facundo, Introducción[i] (p. 18)

Frente a la sequedad del desierto, la fertilidad del río. Como en Egipto, como Holanda, como en Estados Unidos. Pero no será el río al natural, no solo el río sino la mano del hombre en el río. La tierra está “como en el mapa; (...) aguardando todavía que se la mande a producir las plantas y toda clase de simiente”. De algún modo el texto también escribe el drama del hombre contra la naturaleza, de los distintos modos de apropiarse de esa naturaleza hostil.

La inmensidad es el problema de la Pampa pero es milagro natural para los ríos, los transforma en canales excavados. La respuesta, en el texto, está en observar la distribución discrecional de las influencias geográficas. ¿Por qué la extensión vacía imprimió cambios en “la personalidad” del tipo argentino y no así sus ríos que, en la necesidad programática del texto, cruzan el territorio con fuerza aun no descubierta? ¿Por qué los ríos no construyeron costumbre nacional y sí lo hicieron las tierras alrededor?

La historia hace su incursión en el derrotero geográfico, tiempo y espacio enlazados, es el pasado español que impide usar al río. Es que, dice Sarmiento, no alcanza con ver al río, no alcanza con sumergirse en él. Es necesario manejar la tecnología adecuada: tener el espíritu de la navegación que tan bien mostraron los anglosajones. Los medios de transporte eligen un paisaje por sobre otro. La tecnología del caballo, el arte de montar, despliega extensión a su paso. Levanta polvo y escapa del agua. Para el “hijo de los inmigrantes españoles” el río es obstáculo y el bote encierro: de isla en isla, a nado junto al caballo, completa su travesía. La Argentina de la barbarie es un paisaje en el que se mira al río de frente, nunca hacia abajo ni a lo largo, nunca desde el río sino desde el borde del río. El paisaje alternativo que intenta producir el narrador de Facundo se cuenta desde arriba de la embarcación. Hacia el mar y hacia fuera. El manual de geografía no alcanza para contar la nación. Se necesita una brújula que abra paisaje donde no lo hay. La historia juega un papel preponderante sobre la geografía porque al español “no le fue dado el instinto de la navegación”. Para dejar de ser decorativo obstáculo, para convertirse en “arterias” y “fluidos vivificantes”, los ríos de la república necesitan “otro espíritu que los agite”. La geografía, como relato, puede cambiar la geografía.

“Ya he dicho que la vecindad de los ríos ni imprime modificación alguna, puesto que no son navegados”. Facundo, Capítulo I (p. 37)

Aunque la causa de la grandeza de tantas naciones sea el río, el tema no es el río. El tema en cuestión es la navegación. El conflicto está en el uso. Como frente al terreno extenso de la Pampa la disputa será el modo de explotar la naturaleza; no la ganadería, sino la agricultura —dice Sarmiento— que abre vías a la instalación de ciudades. La agricultura es el eslabón que explota la extensión y la reduce a superficie manejable, acorta la distancia y la organiza. Del mismo modo, la navegabilidad quita el valor negativo a la inmensidad de los ríos y el terreno que recorren, vira el signo de la extensión en grandeza. No es en la contemplación sino en el uso que el pueblo se apropiará de la latente habilidad civilizadora de los ríos. El determinismo geográfico del Facundo es relativo, la argumentación es poderosa y fluctúa, toma a mano la teoría que le viene cómoda y hace de la contradicción un aliado. También por eso lo leemos como texto literario.

“La geografía es un aspecto decisivo del desarrollo y de la invención literaria: una fuerza activa, concreta, que deja sus huellas en los textos, en las tramas, en los sistemas de expectativas”, decía Franco Moretti en su “Atlas de la novela europea”. Las conexiones entre espacio y escritura ficcional van hacia el interior y hacia el exterior del texto: involucran a la literatura desarrollándose en el espacio histórico real y el espacio en la literatura en tanto objeto imaginado. La escritura, entonces, reorganiza el espacio y lo vuelve inteligible, segmenta recorridos y otorga valoraciones. En Facundo, la imaginación geográfica acompaña la producción de sentidos políticos.

Pudiera señalarse, como un rasgo notable de la fisonomía de este país, la aglomeración de ríos navegables que al este se dan cita de todos los rumbos del horizonte, para reunirse en el Plata y presentar, dignamente, su estupendo tributo al océano (...)

Facundo, Capítulo I (p. 31)

En el mapa (la Argentina escrita en Facundo no incluye la Patagonia) escrito como futuro podemos vislumbrar la fantasía, entonces proyecto, de cruzar el territorio de Oeste a Este a través de los ríos. Unos ríos más caudalosos que hoy, probablemente más caudalosos, en esa propuesta, de lo que hubieran sido nunca en realidad. Conectar los ríos, invocar la ciencia y la técnica a nuestro auxilio, como quería Sarmiento, fue una de las ideas de progreso, una de las vías de comunicación que habrían podido regar el desierto nacional. La distancia entre “realidad” y representación —aunque la representación es también la realidad— puede comprobarse en estudios geográficos, investigaciones arquitectónicas y documentos pero en la escritura se superponen y resignifican. En este sentido, los ríos sarmientinos no son frontera, son líneas de salud civilizadora esperando una señal humana para arrancar. Un cableado natural desenchufado que se injerta en el espacio del otro. No son la marca que da comienzo a la tierra ajena, como podría leerse en los relatos de frontera; en Ranqueles, por ejemplo; sino una puerta para la unificación del territorio.

2. El problema de la unidad

“De todos estos ríos que debieron llevar la civilización, el poder y la riqueza hasta las profundidades más recónditas del continente y hacer de Santa Fé, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Salta, Tucumán y Jujuy otros tantos pueblos nadando en riquezas y rebosando población y cultura, sólo uno hay que es fecundo en beneficio para los que moran en sus riberas: el Plata, que los resume a todos juntos.”

Facundo, Capítulo I (p. 32)

Hay, además del uso, un problema en la distribución de los ríos. Todos se vuelven uno. Un “río sin orilla al otro lado”, que conecta con el mar. Un embudo que recibe mercaderías y materias primas para, a través de su puerto, enviarlas al mundo. Todo llega, todo sale y todo entrará por la conexión del Plata. Buenos Aires: “señora de la navegación”, “Babilonia americana”, es el puerto-puerta que abre América a Europa. Por eso, “en 1806 el ojo especulador de Inglaterra recorre el mapa americano y sólo ve a Buenos Aires, su río, su porvenir” (Capítulo VII, p.121). El Río de la Plata, que había sido despreciado por el español, que “miró una playa y un río con desdén” fue identificado por los ingleses —comerciantes, navegantes— como un objetivo militar a conquistar.

Junto con la configuración territorial, las invasiones inglesas funcionan, en este caso, como argumento de constatación. Es la prueba histórica que muestra que Buenos Aires está fatalmente destinada a centralizar el poder. Sarmiento utiliza la geografía como designio hacia el éxito, como condición de inevitable crecimiento europeizado y como explicación política. Argentina es unitaria por su conformación fluvial.

“Rosas y Rivadavia son los dos extremos de la República Argentina, que se liga a los salvajes, por la Pampa, y a la Europa, por el Plata” Facundo, Capítulo VII (p. 126)

Así todo, Buenos Aires ha generado al más acabado de los representantes del desierto: el “más de a caballo”, que detesta al agua y “conoce, por el gusto, el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires”. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede haber surgido, al borde del río de la riqueza, un tirano semejante? En este punto el texto extrema las oposiciones políticas y las superpone a los elementos naturales. El hombre de tierra es pesado y lento; el hombre de mar, dinámico, nuevo, y europeo. Rosas es la venganza que las provincias le han enviado a la ciudad favorecida. El desierto ha rodeado la ciudad y “reclamado el puerto no con las armas, sino con la barbarie que le mandaron en Facundo y Rosas” (p. 129). Las formas sociales podían cambiar el territorio. Las ropas y la organización del ejército, el modo de hacer la guerra y la disciplina europea podrían haber cambiado el terreno que baña el río. Sarmiento hace una propuesta de geografía cultural. “Si Lavalle hubiera hecho la campaña de 1840 en silla inglesa y con el paletó francés, hoy estaríamos a orillas del Plata, arreglando la navegación por vapor de los ríos y distribuyendo terrenos a la inmigración europea”.

Otra vez, la escritura pierde arte poética y gana en programática pero, aún así, la insistencia va adquiriendo dimensiones fantásticas. En el capítulo XV, “Presente y Porvenir”, que Sarmiento sacará o incluirá del libro según la coyuntura, la tendencia se hace aun más intensa: “La cuestión de la libre navegación de los ríos que desembocan en el Plata es hoy una cuestión europea, americana y argentina a la vez, y Rosas tiene, en ella, guerra interior y exterior, hasta que caiga y los ríos sean navegados libremente. Así, lo que no se consiguió por la importancia que los unitarios daban a la navegación de los ríos, se consigue hoy por la torpeza del gaucho de la pampa.”

El programa vaticina espacios fertilizados por el comercio que traerá el río, multiplicándose, como en una oración religiosa: “y en veinte años sucederá lo que en Norteamérica ha sucedido en igual tiempo: que se han levantado, como por encanto, ciudades, provincias y Estados en los desiertos, en que poco antes pacían manadas de bisontes salvajes (...)”. La travesía hacia el río, propone entonces, rebatir las tesis principales del Facundo. O tal vez no. No rebatirlas sino reconducir la dicotomía. El narrador del texto se cuenta a sí mismo como un pragmático con fé. La providencia, la historia, el futuro y el territorio corregirán la realidad. Sólo falta derrocar al tirano para aprovechar la unidad que, bajo el terror, ha generado.

Unos años después, ya como gacetero del ejército de Urquiza y navegando el río, la emoción de la literatura se rescribe:

“He vivido en estos últimos tiempos entregado a una monomanía de que resienten todos mis escritos de cinco años a esta parte. ¡Los ríos argentinos! Ellos han sido mi sueño dorado, la alucinación de mis cavilaciones, la utopía de mis sistemas políticos, la panacea de nuestros males, el tema de mis lucubraciones, y si hubiera sabido medir versos, el asunto de un poema eterno. En el Rin, en el Mississipi, en el Sena o en el San Lorenzo, yo no vi, yo no buscaba sino la imagen, los rivales del Uruguay y del Paraná. Tres veces he descrito en mis diversas publicaciones el Entre Ríos que bañan, y una de ellas en Alemania sin estímulo ni previsión política. El Entre Ríos era la isla de Calipso, adonde mi espíritu volaba de todas partes en busca de una patria definitiva para acabar mis oscuros días. Y bien, ni los ríos ni el país que casi circundaban me eran conocidos. Nacido a la falda de los Andes, todos los acontecimientos notables de mi vida han principiado por pasarlos y repasarlos de uno a otro lado.

Imagínense el que viera las emociones extrañas y punzantes que debí experimentar al verme en el Río de la Plata, remontándolo en busca del Río Uruguay, en el primer vapor ribereño que se había establecido en sus aguas, rodeado de aquellas terribles legiones rojas de Rosas, sin ser prisionero, alargando a cada instante el anteojo en busca de Martín García, mi Utopía, y yendo a ofrecer mis servicios a aquel general Urquiza, a quien enderezaba desde Chile en 1850 mi plegaria de Argirópolis.[ii]

3. Y ganó la pampa

La pasión con que el hombre de montaña, lector de Fenimore Cooper, describe la potencia comercial de los ríos nacionales excede el interés. O más bien, recubre el interés con fé: la que afirma sentenciosa desde lo desconocido imaginado. El geógrafo de la teoría ha medido el territorio en cartografías de viajeros y en teorías sociales. Dispuso su propio mapa, otorgó valor y espacialidad a ciertas imágenes, a ciertos paisajes. Supo que “lo verdaderamente original” era la guerra de la pampa, el gaucho, el cuchillo y el caballo. Propuso “ahogar” a Rosas y “anegar el desierto” pero los mantuvo en el recuerdo presente de su escritura. Declamó la causa fluvial pero narró el drama de la llanura.



[i] Estoy usando la siguiente edición: Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo, Buenos Aires, Edición Colihue, 2000.

[ii] Sarmiento, Domingo Faustino, Campaña en el Ejército Grande, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997. (p. 139)

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