lunes, 10 de noviembre de 2008

Algunos aspectos de la obra poética de Francisco Urondo - Cecilia Eraso

Hasta la aparición hace ya dos años de la obra poética reunida de Francisco Urondo[1], acceder a sus poemas completos era prácticamente imposible. Sumado a esto, la ausencia de este poeta en la mayor parte de los programas de literatura argentina de la carrera de Letras probablemente significó una limitación de acceso importante a su obra para gran parte de los estudiantes, incluso en lo que respecta a tener siquiera noticia de su existencia.[2] Tal vez estos datos más bien anecdóticos sirvan para ilustrar la llegada que la poesía de Urondo ha tenido entre los estudiantes/lectores jóvenes; una difusión que ha sido, hasta hace relativamente poco tiempo, prácticamente nula, si exceptuamos algún caso aislado dentro de las carreras de Letras o la aparición del poema “La verdad es la única realidad” en un librito para colegios secundarios editado por el Ministerio de Educación cuyo compilador fue Mempo Giardinelli. Además, durante un tiempo considerable posterior a su muerte, Urondo fue considerado un simple autor de denuncia (fama que se le endilgó a causa de los poemas editados póstumamente y reunidos bajo el título de “Cuentos de batalla”, entre los cuales se encontraba el poema citado antes) y esto, como suele suceder, significó que su obra cayera prácticamente en el olvido. Sin embargo, ya desde mediados de los ‘90 se ha empezado a releer su obra desde lugares que desde luego no descartan la militancia política de su autor pero que buscan indagar, además, cuál es el lugar que lo político ocupa en su obra sin caer en los esquematismos de las lecturas supuestamente despolitizadas que la desechan como producto propagandístico. Cualquiera que se aventure a lo largo de las más de 400 páginas que tiene el volumen de su obra poética completa comprobará cuán burda e injusta es esta simplificación y coincidirá en que ya era hora de que se propusieran nuevas lecturas que hicieran justicia a la riqueza y complejidad que caracterizan a este hombre y su obra. Es más, si hay algo en lo que la mayor parte de las lecturas críticas más recientes coinciden es en remarcar que la preocupación política de Urondo, tan visiblemente encarnada en su militancia y en las reflexiones volcadas en textos no literarios, nunca fue en detrimento de las búsquedas y experimentaciones propiamente poéticas, es decir, estrictamente "literarias" [3]. Más bien, esta preocupación culminó en una obra poética que sondea formas novedosas de hacer irrumpir lo político en el interior del poema; una obra que no se contenta ni con el sacrificio de la forma poética por la exaltación del contenido político ni con el intenso formalismo de la neo-vanguardia.

A lo largo de 25 años, Urondo produjo una obra prolífica que abarcó una importante variedad de géneros: se ocupó principalmente de la poesía pero también exploró la narrativa, con dos libros de cuentos y una novela (Los pasos previos); el testimonio, con su libro La patria fusilada; el género dramático; el ensayo con “Veinte años de poesía argentina”, publicado en la revista Zona de la poesía americana y otros géneros periodísticos. Dado que resulta imposible dar cuenta de tanta producción en una intervención que se propone como “lectura sucinta de algunos aspectos de su obra poética”, nuestra propuesta es detenernos en tres poemas que podrían tomarse como paradigmas de ciertas problemáticas medulares de su quehacer poético [4].

El primero de los poemas es “BA Argentine” y pertenece al libro Nombres, compuesto entre los años 1956 y 1959. Tal vez pueda considerarse a este poema como culminación de la obra temprana de Urondo, es decir, como compendio de ciertas recurrencias temáticas pero también como apertura a nuevas perspectivas, una de las cuales, la dimensión política, si bien no estaba completamente ausente de los poemas anteriores, no aparecía de manera tan explícita como aquí.

Hay ciertos temas que en este autor, como en la mayoría de los poetas, son una constante, una repetición, un “tópico”, algo que se asemeja a la obsesión y que puede formar parte, además, de la tradición. En este poema, Urondo hace acopio de esos temas que se superponen en una suma de estrofas tan solo aparentemente desconectadas entre sí. La presencia más constante y polifacética de su obra son las mujeres, ya sean las meretrices o bataclanas de la noche, ya sea la mujer amada y perdida, ya sea la jovencita deseada; y en donde aparece la mujer aparece el amor, otro tema constante y punzante de su poesía; un amor que es definido de todas las maneras imaginables pero que, en última instancia, se convierte en algo familiar y desconocido a la vez, una paradoja en donde se unen la posibilidad y lo imposible. En este punto, en el amor como tópico que permite tocar otros temas tales como la revolución, Urondo entra en contacto con la llamada “poesía de los 60”, poética que careció de manifiesto pero cuyo programa puede reconstruirse a partir de ciertos textos como “Poesía argentina entre dos radicalismos”, de Noé Jitrik, del prólogo a la antología Los 60 de Alfredo Andrés, del estudio introductorio de Horacio Salas a su antología de poetas de los 60 y de textos del propio Urondo, y otros, publicados en diversas revistas. Entre la larga lista de poetas que fueron antologados como representantes de la llamada “poesía de los sesenta” quizás sea ahora significativo nombrar a los qué más repercusión tuvieron desde aquel entonces: Gelman, Bignozzi, Salas, Romano, Szpunberg, Santoro, y con bastantes diferencias pero también puntos de contacto, el propio Urondo o Miguel Ángel Bustos. En Gelman, por ejemplo, como en Urondo, los poemas de amor engrosan sus poemarios, y se combinan sin contradicción aparente con los poemas sobre el espíritu de la época: el clima revolucionario mundial tanto político como cultural, la denuncia de la injusticia social, etc. Es que para aquellos poetas la poesía debía volver su mirada a la vida cotidiana, y en ese gesto no sólo celebrar lo que en ella hubiera de poético sino también denunciar lo que allí había que cambiar. Y el amor era uno de los aspectos de esa vida cotidiana que había que celebrar pero que, también, era síntoma de la disgregación en la que estaban viviendo los hombres.

En la poesía de Urondo, la dificultad para amar no es algo constitutivo de cualquier hombre sino que es un signo de estos tiempos de desesperanza. Aunque también, y paralelamente, se hable de “los aspectos ignorados del amor que vendrá”[5] porque el poeta vislumbra, o anhela, un futuro distinto que significará una renovación total de la vida, una revolución con mayúscula y minúscula, que aún no puede aprehender completamente, que es casi una intuición, pero que percibe como cercana. Por ahora, en este poema, “la revolución huye por las ramas”, se escurre como ideal casi inalcanzable en un tiempo de desamparo en el que “la gente”, término caro a esta poesía de los sesenta, está cansada de tanto sufrimiento pero poco hace para liberarse de él. De este modo, el amor y el presente histórico-político están directamente relacionados porque, como puede verse en toda la obra de Urondo, ninguna forma de interacción entre los hombres puede considerarse separada de las otras, sino que son matices o facetas de una misma, y compleja, realidad. Por eso mismo, también encontramos en este poema cierta celebración de la vida nocturna, como en estos versos en que se escenifica a la noche: “en la penumbra de la boite algo se oculta/ y no se oye ruido que no sea el roce de los cuerpos/ el latigazo de los encendedores/ el cigarrillo peligrosamente oportuno”; de igual forma la recorrida nocturna y el vagabundeo remiten al tango y el arrabal, y ambos mundos se combinan para crear una ambientación recurrente en sus poemas, y en las de muchos de los “poetas del sesenta”, que también se habían propuesto rescatar elementos de la cultura y el habla populares (el tango, por ejemplo, en una época en que la música de masas era Palito Ortega y el tango era cultura popular pero de otra época).

A lo largo del poema, la actitud de la voz poética es contemplativa y reflexiva y su mirada delinea un boceto del país que comienza por los barrios porteños para aventurarse luego hacia las provincias, desde Salta hasta Cuyo, desde Santa Fe hasta La Pampa. El título mismo del poema evidencia cierta pretensión de abarcarlo todo, aunque también irónica en el uso del inglés para nombrar al país y en la delimitación de su centro y su periferia, en la cual el poema se vuelve continente de un territorio entero y pretende, desde la impresión fragmentaria y la alusión arbitraria, abarcar todo un país, refundarlo y caracterizarlo. Ese gesto, el del poeta displicente que vuelve a nombrar el mundo como el “adán arrojado del paraíso” de uno de sus versos, es clara manifestación de una voluntad de transformación de la realidad que necesita describirla en su presente de desamparo para poder evaluar sus proyecciones en el futuro. Juan Gelman dijo, en una ocasión, que su amigo había escuchado el reclamo de Rimbaud —"¡Cambiad la vida!"— y que, por eso, estaba convencido de que sólo de una vida nueva podía nacer la nueva poesía. Lo contrario también parece cierto cuando leemos este poema: la poesía, la literatura, es capaz de bocetar el mundo nuevo.

Es precisamente por esto que el futuro es una constante en la poesía de Urondo: las diferentes instancias del tiempo son también tema ineludible de sus versos. El pasado, por ejemplo, aparece encarnado en las diferentes inflexiones de la memoria, como historia personal y subjetiva que vuelve de manera dolorosa casi siempre, pero también, ya en este poema, representado por la Historia con mayúscula, como en los versos que evocan el bombardeo a la Plaza de Mayo; el futuro, por su parte, es percibido por el poeta como inminente pero difuso y aparece siempre asociado con las figuras de la revolución o la insurrección, en versos como el que habla de “la madrugada de la insurrección posible”; y tiñendo con múltiples matices estos dos extremos del tiempo, el presente, “este nervioso tiempo de desamparo”, como se lo llama en un verso o, en otros, “este tiempo raro/ sus vuelcos/ sus caprichos”, “es el tiempo de un dolor común y diverso”: el dolor de la injusticia, el enigma político, el clima enrarecido de la prefiguración de los años oscuros que lo sucederán (casi como una profecía, Urondo parece anticipar ya en este momento lo que vendrá después) El tópico del fugit tempus, de tan amplia tradición poética, también aparece en innumerables versos de su obra completa y sobre todo cuando dice que “el tiempo se va/ la vida escapa/ y los proyectos han quedado intactos/ es la rebelión traicionada o estéril”, porque la pérdida de la juventud no sólo corrompe el cuerpo sino que malogra la posibilidad de llevar a cabo los proyectos de transformar la vida; porque el tiempo es ahora y la juventud el momento privilegiado para la rebelión, para la lucha y el inconformismo que posibilitarán el futuro deseado, el futuro distinto, el mundo nuevo.

A medida que el poema progresa en extensión el tono de denuncia se hace cada vez más manifiesto hasta materializarse en nombres propios como el “rockefeller center”, Frondizi, el petróleo, y en metáforas bastante explícitas como la de las aves carnívoras que arrebatan tierras. Pero, en seguida, una estrofa viene a compensar la saturación de ese exceso de impunidad con verbos en futuro que construyen un tono utópico. Dice el poema: “Lentamente irán creciendo/ los gritos de venganza/ el clamor subirá con un nuevo temblor/ una fragancia nueva calmará sus cabellos/ una nueva sonrisa abrirá su rostro/ iluminará su cuerpo/ acariciará sus manos postergadas”. Estos versos se convierten en un respiro esperanzado ante tanta evidencia de sumisión y desesperanza que inunda las estrofas anteriores. Algunos versos, como los que acabamos de citar, expresan el deseo de cambio que se imagina bajo la metáfora de un rostro que sonríe. Hacia el final, la voz poética afirma que hay una “certidumbre que demora” y eso que demora es “otro lenguaje otro amor/ otro enigma/ otro tiempo”. El poema cierra con un tono amargo, el tono de la certeza de que “en este país estamos muy tristes” y “se tiene miedo”.

A partir de su libro Son memorias, compuesto entre 1965 y 1969, como lo sugiere el título, los poemas empiezan a enfocarse más y más en el yo poético que insiste en retratarse, en definirse y, también, en despedirse. En el poema “No puedo quejarme” del libro Poemas póstumos, compuesto entre 1970 y 1972, nuevamente el lector encuentra, muy sintetizados, los temas que ya habían aparecido con insistencia en sus libros anteriores: la mujer amada, el amor y la amistad, sobre todo, pero también la muerte que ya ha venido adquiriendo la estatura de una evidencia y, en relación directa con ella, la gloria que le esperará al poeta una vez que muera, una preocupación que lo emparenta con la larga tradición inaugurada por Petrarca y Shakespeare. Pero lo que aparece aquí, y se convierte en síntoma del viraje que la vida del autor ha adquirido en los años en que fue compuesto el poema, es un arma de fuego que se usa como término de un símil pero también como metonimia de la lucha armada que ahora deviene motivo poético. Dice la primera estrofa:

“Estoy con pocos amigos y los que hay

suelen estar lejos y me ha quedado

un regusto que tengo al alcance de la mano

como un arma de fuego. La usaré para nobles

empresas: derrotar al enemigo –salud

y suerte–, hablar humildemente

de estas posibilidades amenazantes”.

El tono del poema, una vez más, es amargo como el sabor que tiene el poeta en la boca y que se asocia con el arma de fuego. Pero ese arma son también las palabras, que usará el poeta para hablar de las amenazas, como dice en los últimos versos. Aparece expresada aquí la idea de la poesía como acción, poiesis, y de la lucha en el doble frente de la acción armada y la acción verbal. En la segunda estrofa, el yo poético habla de otras vanas pretensiones que parecen asaltarlo en momentos en que se afianza la certeza de su muerte, una certeza que existe porque la muerte no vendrá sino que el poeta sabe que sus acciones lo llevarán a ella. Dice ahora: “...tengo/ curiosidad por saber qué cosas dirán de mí, después/ de mi muerte; cuáles serán tus versiones del amor...”

Por último, nos referiremos brevemente a otro poema del mismo libro que se llama “Muchas gracias”, un poema pequeño que es, en cierto modo, la culminación de una modalidad de enunciación que se vuelve hegemónica a partir de este libro. El poema se divide en tres fragmentos. El segundo fragmento vuelve sobre la idea de que no es posible amar en ese tiempo y lugar, presente que ya no es ningún enigma sino una certidumbre. Dice:

“...se encendió la luz y pudo verse el caos, las

flagrancias: esa mano

allí, esta codicia: el miedo y otras mezquindades se pusieron

en evidencia y el amor

no aparecía por ninguna parte”.

Ahora el yo poético afirma, ya no sugiere ni se queda algo atónito ante la complejidad y el enigma del presente. Dice “Recompuestos/ de la sorpresa, rendidos ante los hechos, nadie pudo negar que en este país, en este/ continente, nos estamos todos muriendo de vergüenza”. Un eco claro, el de este verso final, de aquel poema de Gelman que decía que los poetas se morían de vergüenza aunque para Urondo, los que mueran de vergüenza sean todos los miembros de esa sociedad.

De este modo, si en “B.A. argentine” el yo poético contemplaba, describía, diagnosticaba y tan solo por momentos se atrevía a profetizar, ahora la primera persona es protagonista casi exclusiva del poema y los verbos connotan el rol activo, ya no contemplativo, que el poeta ha adquirido en relación con el presente.

Una lectura cronológica de su obra, algo que hemos querido trazar hasta aquí, evidencia no sólo una maduración artística reflejada en la búsqueda incesante de nuevas inflexiones en el decir sino también una maduración del poeta en intelectual y militante, nuevas dimensiones que necesariamente afectarían a la obra poética convirtiéndola, además, en interrogación, casi siempre acusatoria, de su presente pero también, y por esto mismo, en testimonio vivo de las contradicciones y las maravillas de su tiempo.

Daniel Freidemberg dijo, en una nota aparecida en conmemoración de los 30 años de la muerte de Paco Urondo, que en su poesía “hay mucha celebración de la vida, de los placeres, del amor, de las mujeres, de las bebidas y de la amistad”.[6] Dijimos al principio que quizás en muchos casos la primera noticia que las nuevas generaciones hayan tenido de la existencia de Urondo proviniera de su militancia. Quizás la sorpresa más grande que puede deparar la lectura de Urondo a un lector joven sea hallar en la obra poética de este intelectual, semejante vitalidad. Sucede que, antes que nada, la lectura de su obra nos enfrenta con los prejuicios que reproducimos, tan férreamente instalados hoy en nuestra sociedad, respecto del compromiso en cualquier nivel: el compromiso con el oficio, con la vida, con la comunidad. Esa idea instalada de que transformar una realidad injusta no tiene nada que ver con los placeres y el amor a la vida. Urondo nos recuerda en tantos versos que ambas cosas no tienen por qué ser irreconciliables porque transformar la realidad tiene como objetivo cambiar la vida y volverla algo que valga verdaderamente la pena. Tal vez sea por eso que dijo en aquel poema “que la vida es lo mejor que conozco”.



[1] Urondo, Francisco, Obra poética, “La lengua”, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2006. Prólogo de Susana Cella.

[2] De hecho, en mi caso, la primera noticia acerca de este autor no tuvo que ver con su poesía: “Paco Urondo” era el nombre de una agrupación política de la Facultad de Filosofía Y Letras. De este modo, supe de él antes como militante que como poeta.

[3] Cfr., entre los más recientes, Cella, Susana, “Prólogo” en Urondo, Francisco, ob. Cit; las comentarios de Freidemberg sobre Urondo en Friera, Silvina, “La palabra justa en poemas de batalla” en Página/12, 17/06/06 y Lennard, Patricio, “La acción poética” en Radar libros, 4/07/06.

[4] Seguramente esta elección pueda parecer arbitraria y sin duda, para muchos, lo será. Me contento con pensar que toda selección es, en última instancia, arbitraria aunque tengamos la ilusión de que si está debidamente justificada deja de serlo. Trataré entonces de justificar debidamente esta selección.

[5] Todas las citas de poemas corresponden a la edición citada de su poesía completa.

[6] Citado en Friera, Silvina, “La palabra justa en poemas de batalla” en Página/12, 17/06/06.

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